El Camino de los Reyes
En una noche tranquila y estrellada, tres hombres sabios, conocidos como los Reyes Magos, emprendieron un largo viaje siguiendo una luz en el cielo. No eran reyes comunes; no buscaban riquezas ni conquistas. En cambio, sus corazones anhelaban algo más grande, algo que ni el oro ni la fama podían otorgarles.
Cuando finalmente llegaron a Belén, el camino los condujo a un humilde establo. Allí, entre el heno y el aliento cálido de los animales, encontraron a un niño pequeño en brazos de su madre. A primera vista, no había nada extraordinario en la escena: un bebé, una madre, pobreza y sencillez. Pero los Magos no se detuvieron en lo que sus ojos veían.
Uno de ellos se arrodilló primero, dejando caer su corona al suelo. "Este es el Rey que hemos buscado", murmuró. Los otros dos lo imitaron, y con corazones llenos de reverencia, ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. No adoraban a un niño cualquiera, sino al soberano escondido tras la humildad.
El viaje no había sido fácil. Habían enfrentado noches frías, caminos inciertos y la amenaza de un rey envidioso, Herodes, quien les había advertido de su poder. Pero los Magos sabían que la verdadera grandeza no se encontraba en los palacios ni en la ostentación, sino en las cosas pequeñas y escondidas.
En su regreso, entendieron que su viaje no solo los había llevado a un lugar físico, sino también a un cambio interior. Aprendieron que para encontrar a Dios, había que mirar más allá de las apariencias, trascender las dificultades del camino y abrir el corazón a la humildad.
Desde entonces, los Reyes Magos se convirtieron en el ejemplo de todos aquellos que buscan a Dios con sinceridad. Recordaron al mundo que, para "ver", no basta con mirar. Hay que mirar con el corazón abierto, con la valentía de seguir la estrella incluso cuando el camino es oscuro y el destino parece incierto.
Esta historia resalta el valor de la humildad, el discernimiento y el deseo de buscar más allá de lo visible.
Levantémonos, siguiendo el ejemplo de los magos. Dejemos que el mundo se desconcierte; nosotros corramos hacia dónde está el niño. Que los reyes y los pueblos, que los crueles tiranos se esfuercen en embarrarnos el camino, poco importa. No dejemos que se enfríe nuestro ardor. Venzamos todos los males que nos acechan. Si los magos no hubiesen visto al niño no habrían podido escaparse de las amenazas del rey Herodes. Antes de poder contemplarlo, llenos de gozo, tuvieron que vencer el miedo, los peligros, las turbaciones. Después de adorar al niño, la calma y la seguridad colmaron sus almas..
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