El Papa corrige a Trump
Una de las muchas grandezas del mensaje de Jesucristo, es la defensa sin excusas ni cortapisas de la dignidad del ser humano y del valor de toda vida, con un énfasis muy especial en los más débiles.
Vance y su jefe (Trump), que ha vuelto su mirada a Dios convencido de que lo salvó en el atentado, anuncian un ilusionante plan para vivificar los valores cristianos en Estados Unidos y promover la causa de la vida, pasando página de la enajenación wokista. Pero su postura sobre la deportación de todos los inmigrantes ha suscitado una discrepancia con Roma.
Declararte católico y postular que se expulse a todas las personas que llegan a tus fronteras, sin excepción, puede parecer contradictorio.
El Papa ha escrito a los obispos estadounidenses. indicando que «El ordo amoris que debe ser promovido es aquel que descubrimos meditando constantemente sobre la Parábola del Buen Samaritano, es decir, meditando sobre el amor que construye una fraternidadabierta a todos…»
Francisco recuerda en su carta que todas las naciones tienen derecho a protegerse de los criminales, pero añade que no se puede catalogarcomo tales a todos los inmigrantes ilegales.
En Los hermanos Karamázov, Dostoievski presenta una escena memorable en la que Cristo regresa a la Tierra y es encarcelado por la Iglesia. El Gran Inquisidor lo acusa de haber sido demasiado exigente con los hombres, de haberles pedido libertad y responsabilidad en lugar de ofrecerles seguridad y bienestar. En otras palabras, le reprocha haber traído la «espada» en lugar de un cristianismo más cómodo y controlable.
El mensaje del Papa Francisco parece resonar con la lógica del Gran Inquisidor: un cristianismo sin conflicto, sin lucha, sin enemigos, donde todos son «amigos» y el problema radica en quienes aún creen que hay una batalla espiritual por librar.
Sin embargo, la historia de la Iglesia nos enseña lo contrario. Los mártires no murieron por evitar divisiones, sino por sostener la verdad hasta el final. Los grandes santos no buscaron una armonía superficial, sino que se enfrentaron al mundo cuando fue necesario. La Iglesia no puede diluir el mensaje evangélico en una falsa neutralidad.
Si la fe cristiana no divide, no es la fe de Cristo. Si el Evangelio no incomoda, no es el Evangelio. Y si predicar la verdad es «infundir odio», entonces cabe preguntarse: ¿qué habría dicho el Papa Francisco si hubiera estado presente cuando Cristo proclamó que no había venido a traer paz, sino espada?
Sin duda que es un error el de deshumanizar a todos los que llegan, tratándolos como números que hay que deportar y no como personas.
Una vez más, no todo es blanco y negro. No estaría mal una gran revolución de la moderación y no recaer en las crecidas nacionalistas, que tanto horror y dolor dejaron en las guerras del convulso siglo XX.
De acuerdo. Pero con un matiz: esa insistencia por parte del Papa a través de una carta a los obispos estadounidenses, estaría mejor si también destacase todo lo positivo de posturas implementadas por parte de Vence y su jefe Trump hasta ahora.
Y hubiera estado muy bien -en lugar de recibir a Biden unas cuantas veces- que le hubiera advertido también de su política tan nefasta en muchos puntos.
Existe el miedo a ser tachado de parcial. No se entiende que la equidistancia no es virtud, sino cobardía disfrazada de sensatez. En un mundo donde el bien y el mal están claramente definidos en muchos aspectos, jugar a ser el moderador imparcial solo te convierte en irrelevante. Mientras el aborto, la eutanasia y la destrucción de la familia se imponen con brutalidad, el Papa, los obispos, prefieren repartir reprimendas equidistantes para no molestar demasiado a nadie. Y así, poco a poco, van perdiendo toda autoridad moral.
Es la postura cómoda del «sí, pero no», de la condena tibia que se matiza al instante. Y así, sin darse cuenta, se termina diluyendo la verdad hasta hacerla irreconocible.
Crítica al uso político e ideológico del Papa
Para algunos la carta del Papa a los obispos americanos es un uso político e ideológico del título de Papa. Fechada el 10 de febrero de 2025, es una clara enmienda a la política de deportaciones anunciada recientemente por el gobierno estadounidense y promovida por el VP J.D. Vance.
Francisco comienza su carta afirmando que la migración es “un momento decisivo de la Historia” para reafirmar la fe en un Dios “siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado”. Este es el primer error conceptual: Dios no es migrante ni refugiado. El cristianismo enseña que Dios es inmutable, omnipotente y trascendente. La Encarnación de Cristo no puede reducirse a un fenómeno sociopolítico como la migración.
José y María no estaban huyendo de la pobreza, sino de un intento de asesinato. No pidieron asilo, no se instalaron permanentemente en Egipto y, tan pronto como fue posible, regresaron a su patria. Usar este episodio para presionar a los países a aceptar flujos migratorios sin restricciones es una tergiversación del Evangelio.
La dignidad humana es inalienable, pero no implica que cualquier persona tenga derecho automático a residir en el país que elija.
Francisco sostiene que las leyes deben juzgarse a la luz de la dignidad humana, y no al revés. Esto es un sofisma. Toda sociedad organizada necesita leyes para regular la convivencia. La dignidad humana no desaparece cuando un Estado protege sus fronteras. Confundir la dignidad con un derecho absoluto a la movilidad es eliminar de facto cualquier posibilidad de soberanía nacional. Pretender que las políticas migratorias deben someterse a una interpretación sentimentalista de la dignidad humana es desmantelar el concepto mismo de Estado.
El Papa omite que la violación de la ley es, por definición, un acto ilegal. No todos los inmigrantes ilegales son criminales violentos, pero sí han cometido una falta contra el orden jurídico del país al que ingresaron sin permiso.
Además, Francisco condena las deportaciones masivas sin ofrecer una alternativa realista. ¿Qué sugiere entonces? ¿Que los países simplemente ignoren sus propias leyes? ¿Que los ciudadanos soporten indefinidamente el coste económico y social de una inmigración sin control? El derecho a emigrar no es un derecho absoluto, y el derecho de una nación a proteger sus fronteras no es inmoral.
El Papa insta a “construir puentes” en lugar de “levantar muros de ignominia”. Este es un argumento puramente emocional. Los muros no son en sí mismos buenos ni malos; son herramientas para regular el flujo migratorio y garantizar la seguridad de los ciudadanos. La Ciudad del Vaticano, paradójicamente, está rodeada de murallas. El papa Francisco condena las deportaciones de Trump y la Casa Blanca responde que el Vaticano también tiene un muro. Hablar de “muros de ignominia” sin matizar las circunstancias es simple demagogia. Ningún país puede acoger indefinidamente a cualquier número de personas sin que esto afecte su estabilidad interna.
Francisco plantea un falso dilema: o se aceptan las tesis globalistas sobre la migración o se cae en la deshumanización. No hay término medio. Según esta lógica, cualquier defensa del derecho de un país a regular su inmigración equivale a despreciar la dignidad humana.
Sin embargo, la enseñanza social católica siempre ha reconocido el principio de subsidiariedad, que implica que la ayuda debe prestarse de manera que fortalezca a las comunidades de origen, no que incentive el éxodo masivo. Es más cristiano ayudar a los migrantes en sus países de origen que forzar a las naciones a absorber flujos migratorios incontrolados.
La carta de Francisco a los obispos estadounidenses no es un documento pastoral, se asemeja más bien a un manifiesto ideológico. No distingue entre la caridad cristiana y la política migratoria, no tiene en cuenta el derecho de los pueblos a preservar su identidad y seguridad, y reduce el Evangelio a un eslogan humanitarista.
La Iglesia no puede convertirse en una sucursal de la ONU, y la teología no puede reducirse a un instrumento para avalar políticas globalistas. Si de verdad queremos ayudar a los migrantes, lo primero es hablar con verdad y sin demagogias. Y en este caso, la verdad es que la soberanía de las naciones es legítima, que la caridad no implica anular la justicia y que el amor cristiano no puede reducirse a un cheque en blanco para la inmigración descontrolada.
Las incoherencias en la Iglesia. Iglesia «en salida» o «en muralla»
El Vaticano endurece las penas contra las entradas ilegales mientras defiende las fronteras abiertas en todo Occidente. El Estado Vaticano ha publicado un decreto endureciendo las penas para quienes entren en el recinto sin el debido permiso. En pleno año jubilar, el Vaticano ha promulgado un decreto, firmado por el cardenal Fernando Vérgez el 19 de diciembre de 2024.
Con la nueva normativa, las sanciones contra las entradas ilegales a su territorio, incluyen penas de prisión y multa de hasta 25.000 euros. Cualquiera que desee entrar en el territorio, incluso para visitar la farmacia, debe obtener un «permiso» de la oficina de aduanas del Vaticano. A partir de ahora, quienes incumplan esta norma se arriesgan a una pena de prisión de uno a cuatro años, así como a una multa de 10.000 a 25.000 euros. Se prevén circunstancias agravantes si el delito se comete «utilizando armas de fuego»
El decreto no solo aborda los cruces fronterizos terrestres, sino también los vuelos no autorizadossobre el espacio aéreo del Vaticano, así como el uso de drones.
Mientras tanto, en España, los obispos nos invitan a abrir las puertas, las ventanas, porque «Cristo está en el otro». ¿Es mucho pedir aplicar en España las mismas leyes que tiene el Vaticano?. Si es tan bueno regular entradas con multas y prohibiciones en la Santa Sede, ¿por qué no replicarlo aquí? ¿O acaso la hospitalidad solo es obligatoria en nuestras casas? No está de más hablar de coherencia pastoral. Se nos pide ser «iglesia en salida», entonces ¿por qué los que más mandan en esa Iglesia, viven en «iglesia en muralla»?
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